26.10.08

Abie Nathan: vuelo nocturno

28 de febrero de 1966. Abie Nathan se dispone a despegar la "Shalom 1" rumbo a El Cairo.

Cuando Exupery, el autor de “El Principito”, volaba sus últimas misiones como piloto de reconocimiento, escribió a su general: “me importa bastante poco que me maten en la guerra… Pero si vuelvo con vida de este “obligatorio e ingrato trabajo”, no tendré más que un problema: ¿qué se puede, qué hace falta decir a los hombres?”. El 28 de febrero de 1966, Abie Nathan volaba en solitario en una vieja avioneta de los años veinte en línea directa hacia El Cairo, con mucho del idealismo del Principito. Quería expresarle al Presidente Nasser, en persona, la voluntad de los israelíes de alcanzar la Paz. Posiblemente, también le pediría perdón por haberle bombardeado en el 48, en Faluja, cuando Nasser era oficial y Abie Nathan uno de los primeros pilotos de la Fuerza Aérea israelí. Y, como Exupery, el problema era qué decir, si volvía.



Su idea de volar desde Tel-Aviv a El Cairo y abrir, como fuera, conversaciones de paz con los egipcios era algo que Abie llevaba tiempo diciendo. Pero nadie se lo tomó realmente en serio, cómo no se lo tomaban a él. En un Israel que estaba sufriendo profundas y rápidas transformaciones (se hablaba entonces del “milagro de la industria del automóvil israelí”) Abie era un niño grande de cuarenta años, perfecto para las fotos en las revistas. Era el atractivo propietario de un local de moda de estilo americano en Tel-Aviv, el California. Abie había nacido en Irán, pero rápidamente su familia se trasladó a la India, donde se enroló en la Fuerza Aérea de la India. Después se trasladó a Palestina y durante la Guerra del 48 bombardeó varios pueblos y aldeas árabes. En una ocasión, viajó hasta uno de ellos, Sa’asa, en el Norte, donde quedó fuertemente impresionado con lo que había hecho y surgió en él el horror a “lo que la guerra hace a la gente”. Después del 48 fue piloto comercial de El-Al y, después, abrió el California. Lo de volar a Egipto era por entonces sólo una conversación de bar.

En 1965, por iniciativa de sus amigos y apoyados en su popularidad, se presentó a las elecciones, donde obtuvo pocos votos en las urnas, pero sí una gran popularidad. Uno de los puntos de su programa electoral había, por supuesto, lo del vuelo a Egipto. Abie puso un anuncio en la prensa y abrió una suscripción popular. Recibió más de cien mil cartas en apoyo. Su gesto individual, de alguna manera representaba la esperanza de muchos de cambiar las cosas.

Para evitar levantar sospechas fue hasta el aeródromo de Herzliya acompañado por dos personas. Un periodista de “Maariv”, amigo suyo, y un fotógrafo del periódico que inmortalizó el momento en que Abie entra en la cabina de una avioneta de fumigación de 1927 el que ha pintado la palabra “Paz” en hebreo, árabe e inglés sobre el fuselaje blanco.

Sobrevoló Tel-Aviv rozando los tejados y sobrevoló el Mediterráneo a ras del agua para evitar los radares. La IDF lo detectó y mandaron dos cazas para obligarle a regresar. Además de no tener combustible suficiente para llegar a El Cairo, Abie no llevaba radio, así que no se dio por aludido por los cazas y siguió hacia delante. Y se internó en solitario en territorio Egipcio, sobre el mar.

Llegó hasta Port Said, casi en el Canal de Suez. Aterrizó y, con su mejor sonrisa de galán, les pidió a los empleados del aeropuerto que le llevaran hasta Nasser. Los egipcios no sabían muy bien qué hacer, así que no le hicieron nada y le llevaron ante el Gobernador, que también fue muy amable, le invitó a comer y le permitió pasar la noche. Incluso, le escoltaron hasta el centro para que se comprara un pijama. Al día siguiente le darían combustible y se iría por donde había venido. Abie no tenía mucho sueño, así que organizó una partida de cartas. Y mientras él desplumaba a los egipcios en su timba improvisada, en Israel su aventura se estaba viviendo a la israelí; de la esperanza a la desolación en un segundo.

Dizengoff en los 60.

Al poco de su salida, una agencia de noticias americana notificó desde El Cairo que Abie se había estrellado y había muerto. Era un error, pero en las horas que pasaron hasta que se supo la verdad, su local, el California, se había convertido en el centro de un marea humana que se había concentrado en la calle Dizengoff. Algunos lloraban, otros se exaltaban. Dos diarios había sacado ediciones especiales, y en la radio se había interrumpido la programación para anunciar el triste evento. “Vosotros, vosotros le habéis matado – relata un testigo que dijo su mejor amigo a la gente congregada en el California – “al firmar la petición le habéis obligado a cometer esa locura”. Se hizo un largo silencio y entonces alguien empezó a gritar: “Está vivo, está vivo” y todo el mundo empezó a gritar y abrazarse como locos.

Al día siguiente, miles de personas fueron a esperarle al aeródromo y fue recibido como un héroe. Había sido fiel a su propia palabra, a su verdad. “Para el hombre, la verdad es aquello que le hace ser un hombre”, decía Exupery. Y hasta el final de sus días, para Abie Nathan la verdad se llamaba paz.

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