4.10.08

Duque de la Victoria: memorias de un antisemita español

Galapagar, 15 de abril de 1931. La reina de España rumbo al exilio. Entre la comitiva está el Duque de la Victoria, obsesivamente convencido de que todo lo que está sucediendo es obra de las oscuras maquinaciones de un Gobierno Oculto judío.

15 de abril de 1931. Afueras de Galapagar, a 35 kilómetros de Madrid. Un grupo de coches se ha detenido en el arcén. Sus ocupantes han hecho un alto en el camino para descansar. Se han adelantado en el horario previsto y tienen tiempo de sobra. En una piedra está sentada la reina de España Victoria Eugenia de Battenberg, fumando un cigarrillo. El día anterior su marido, Alfonso XIII, ha salido de Madrid en dirección al puerto de Cartagena para embarcar en el crucero Príncipe Alfonso rumbo a Marsella. La Familia Real espera reunirse en París. Atrás dejan un Madrid enardecido por la proclamación de la Segunda República al que está a punto de llegar un tren especial de exiliados. Y es precisamente por el temor a cruzarse con una masa enardecida, por lo que ha parecido más conveniente que la reina y sus hijos cojan el tren rumbo al exilio en la estación de El Escorial. José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), fundador de la versión española del fascismo, la Falange, saca un martillo que lleva en el coche para marcar el lugar exacto donde se ha sentado la reina “porque quería recordar siempre con certeza el sitio en el que la bella reina de España se despidió llorando de sus últimos leales”. A José Antonio le acompañan sus hermanas, Pilar y Carmen. Un poco más allá se encuentra al General Sanjurjo (1872-1936), el Embajador de Inglaterra – país de origen de la reina - , el Conde de Romanones (1863-1950), hombre de confianza del Rey. Y cierran el grupo de acompañantes, entre otros nobles, los Duques de la Victoria. Él, Pablo Montesinos y Espartero, está obsesivamente convencido de que todo lo que está sucediendo obedece a un plan de un Gobierno Oculto judío que ha convertido España en su objetivo, como antes lo ha hecho en Inglaterra, Francia y la Rusia “judeo-bolchevique”. “Todas las Repúblicas son de origen judeo-masónico” - escribe el Duque en 1935 y prosigue: “se cita invariablemente a la Masonería, cuando la mayoría de las veces debiera decirse “El Gobierno Secreto u Oculto”, o el Mando Judío o judío masónico, porque verdaderamente la Masonería no es más que el medio del que se sirve el Gobierno Oculto (judío), para de este modo ejercer su poder en todo el mundo, sin comprometerse ni darse a conocer; la Masonería hace de intermediario entre la dirección y la ejecución”. No es el único que lo cree en aquella comitiva. Y lo cierto es que, con la distancia y la perspectiva que dan los años, podría afirmarse que además de la creencia en una conspiración, muchos de los miembros de aquel grupo formarían parte de ese núcleo perverso del que habla Slavoj Zizek para referirse a los homófobos; en su obsesión, para castigar a los homosexuales pueden llegar a violarlos, o sea, a cometer un acto homosexual. De la misma manera, José Antonio, Sanjurjo y el Duque de la Victoria, en su obsesión por la existencia de una conspiración imaginaria, llegaron a convertirse en verdaderos conspiradores. Sajurjo no tuvo inconveniente en ser director general de la Guardia Civil durante la República, y cuando fue destituido, llevó a cabo un fallido golpe de estado en 1932. Liberado por la derecha que triunfó en las elecciones de 1933 – y que usó el antisemitismo como parte de su propaganda electoral – se marchó al exilio en Portugal, desde donde inició contactos con la Italia de Mussolini para recibir el apoyo fascista para una nueva rebelión. Mola y Franco lo reconocieron como el líder de la revuelta de 1936. Murió en un conveniente accidente de aviación cuando se disponía a trasladarse a España para hacerse cargo de la jefatura de los sublevados contra la República en los primeros días de la Guerra Civil. Si no hubiera muerto, Franco nunca hubiera gobernado los destinos de España durante cuatro décadas, o la historia de España hubiera sido distinta. La Falange de José Antonio Primo de Rivera, es uno de los mayores fomentadores de la violencia callejera previa a la Guerra Civil. “¡Camaradas! – puede leerse en una de las proclamas de la Falange – “tienes la obligación de perseguir al judaísmo, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas”. Y en cuanto al Duque de la Victoria, se propuso poner en evidencia “la verdad”, la existencia de una conspiración judía y la veracidad de "Los Protocolos de los Sabios de Sión", las supuestas actas del Congreso Sionista de Basilea de 1897 en las que se describe un plan para dominar el mundo.



"El peligro de la judeo-masonería. Los Protocolos de los Sabios de Sión. Versión española por EGO". Edición madrileña sin fechas de edición ni referencia editorial a partir de la edición francesa de Jouin.

El Duque de la Victoria se consideró a sí mismo un pionero. “Hasta que publiqué los Protocolos – escribe el Duque en 1935 – pocos eran los que tenían idea de la guerra que los judíos estaban haciendo al Cristianismo”. Sin embargo, el que pretende ser el gran acusador de la existencia de un Gobierno Oculto es, él mismo, un hombre del que se sabe muy poco. Publicó tres obras de carácter rabiosa y enfermizamente antisemita; “El peligro de la Judeo Masonería” (1927), que es la primera traducción en castellano de la versión francesa de los Protocolos de los Sabios de Sión. “Israel Manda. Comprobación de los Protocolos de los Sabios de Sión” (1935) y “Cómo se organizan las guerras” (1940). Pablo Montesinos y Espartero era oficial de caballería y según cuenta él mismo, estuvo en Alemania “del año 1904 al 1907” lo que “me permitió estudiar todo el proceso de la Gran Guerra” (la Primera Guerra Mundial). En 1915 escribió una serie de artículos para “La Correspondencia Militar” sobre las causas de la Primera Guerra Mundial que luego forman la primera parte de “Cómo se organizan las guerras”, escrito en 1936, antes de la Guerra Civil, pero no publicado hasta 1940, en plena Segunda Guerra Mundial. Lo curioso de esos primeros escritos es que no está presente la machacona y enfermiza obsesión por ver en todas partes la mano de un Gobierno Oculto. Son las reflexiones de un militar español que admira a Alemania y se pone de su parte en la Primera Guerra Mundial. Pero en algún momento posterior se debió dar en él una “conversión” y todo lo que escribe es ya monotemático: los judíos son los responsables de todas las revoluciones, de todos los descalabros, de todas las guerras y de todas las crisis económicas. Sin poder afirmarlo con rotundidad, esa conversión debió de tener lugar alrededor de 1922, que es la fecha en que en París se empieza a re-editar la “Revista Internacional de Sociedades Secretas” (R.I.S.S), de donde el Duque de la Victoria extrae la mayoría del material para sus libros y a cuyo fundador, un párroco que se hace llamar pomposamente Monseñor Jouin (1844-1932), dedica sus obras, “con objeto de continuar su grandiosa y utilísima obra”. La versión de 1927 de los Protocolos es una traducción de la versión francesa, aunque la más conocida y divulgada fue la de edición de 1932, que llevó a cabo otro falangista, Onésimo Redondo, a partir de la versión alemana y con apoyo económico de la Embajada de Alemania. Lo paradójico del caso es que en España, un país sin apenas judíos, fue uno de los lugares del mundo donde más se publicó este tipo de material antisemita de corte conspirativo.



Definición de progrom según el Duque de la Victoria: "“Progromos se llama a las manifestaciones tumultuosas que en muchos países “tiene lugar” para librarse del yugo judío. Algunos de los progromos costaron la vida a miles de judíos, como ocurrirá en Rusia el día, más o menos próximo, en que los verdaderos rusos se unan”. Retórica nazi pura y dura.

En 1935, el Duque de la Victoria publica “Israel Manda. Comprobación de los Protocolos de los Sabios de Sión”. Para aquel entonces la República ha cumplido cuatro años de vida en los que no ha conocido la tranquilidad. Entre 1931 y 1933 se da un periodo que se ha dado en llamar social azañista, en el que las reformas que se pretenden llevar adelante en España se han encontrado con la fuerte oposición del Ejército y la Iglesia. En el Ejército, por la reforma que lleva Azaña y que pretende limitar su actuación en la política española – los golpes militares fueron habituales durante el siglo XIX y será un golpe militar el que finalmente acabe con la República – y la Iglesia por la proclamación de la libertad de cultos y el encendido anti-clericalismo de las clases populares españolas. Ya en mayo de 1931 se ha llevado a cabo la quema y destrucción de iglesias y conventos en toda España y al mes siguiente, se destierra al cardenal Primado, Segura, y a Monseñor Mateo Múgica, Obispo de Vitoria (ninguno de los dos reconoce la República). Previamente se había llevado a cabo la disolución de la Compañía de Jesús. Otra medida controvertida fue la Reforma Agraria de 1932, que pretendía repartir las grandes propiedades de los latifundios entre los campesinos, que formaban el 50% de la sociedad española. En 1933 se llevan a cabo elecciones, que gana la derecha y en cuya propaganda se utilizó ampliamente el antisemitismo y la idea de que la República no era otra cosa que una maniobra de un gobierno oculto judío. De hecho, el gobierno de derechas intentó neutralizar las medidas llevadas a cabo por el gobierno anterior y la respuesta de la izquierda revolucionaria fue una revuelta en Asturias que fue brutalmente reprimida por el Ejército – tarea que llevó a cabo el General Franco. Para el Duque de la Victoria cada acontecimiento, cada suceso, era una acción directa del Gobierno Oculto. Desde la Reforma Agraria hasta la Revolución de Asturias, sin olvidar, por supuesto la Libertad de Cultos. La increíble fortaleza de toda teoría de la conspiración es que ofrece soluciones simples a problemas complejos, y ver en los acontecimientos que llevaron a la proclamación de la República un plan maestro es más sencillo que entrar en el análisis de la compleja situación económica, política y social de la España del primer cuarto de siglo, o el desprestigio que había supuesto para la monarquía apoyar un golpe de estado militar, el del General Primo de Rivera (padre de José Antonio) que había suspendido la Constitución de 1876 y, tras un breve periodo de estabilidad, no supo hacer frente a las dificultades económicas derivadas del Crack de la Bolsa de 1929 e hizo que España perdiera en pocos años toda la fuerza económica que había acumulado a lo largo de una década.

Lo particular en el estilo del Duque de la Victoria es que no escribe directamente sobre la situación española, sino que traduce, uno tras otro, diferentes artículos sobre la situación internacional y sólo en los pies de página añade notas al estilo de “Es lo que está sucediendo en España ahora mismo” o “es exactamente lo mismo que lo que presenciamos en España desde que tenemos gobiernos republicanos”. Pero las ideas siempre son las mismas; el Gobierno Judío está detrás de todo y los masones son sus peones. En España la masonería agrupó a muchos ministros republicanos. Pero en cuanto a judíos apenas hay presencia en España en ese momento y el conocimiento real que el Duque tiene sobre Judaísmo es nulo.

Fernando de los Ríos, el ministro que le niega el dinero que se le debe al profesor Yahuda desde hacía quince años, era masón, como otros cinco ministros del primer gobierno. La Masonería se convirtió en España en aquella época en una mezcla de moda y de oportunidad para medrar . Pero si alguien hubiera querido que, efectivamente, existiera un gobierno oculto judío que controlara los destinos de la humanidad en 1931, ese hubiera sido, probablemente, Ignacio Bauer. Y, en especial, su hermano, Alfredo. El Duque de la Victoria, como otros antisemitas, cita en varias ocasiones a los Rosthchild como instigadores, con su dinero, de revoluciones y guerras, y los dos hermanos eran los representantes de la casa Rosthchild en España. El Duque de la Victoria afirmaba que las tres cuartas partes de la prensa mundial estaba en manos judías, y en España en el momento del advenimiento de la República los Bauer tienen la mayor editorial de España, la C.I.A.P, con una cuota de mercado del 80%. De hecho, es la C.I.A.P la que lleva a cabo una edición de “Los Protocolos” por ser una obra de interés general de la que todo el mundo estaba hablando. Sin embargo, ya en 1929, Alfredo se dio cuenta de que algo no andaba bien en la editorial y retiró a su hermano de la dirección.

En teoría, la C.I.A.P era una empresa de éxito que podía servir de modelo perfecto para cualquier paranoia conspirativa, aunque el Duque ni la menciona y algunos autores revisionaistas posteriores utilizan sus libros como fuente. Pero por exceso de confianza o ingenuidad, Igancio Bauer, en lugar de ir ampliando progresivamente el capital social de la empresa o aportar de su bolsillo los fondos para las adquisiciones de la CIAP, decidió pagar sus compras con un simple giro de letras a 90 días, de forma que cedía capital a la dirección de la empresa a cambio de letras a su nombre, que descontaba inmediatamente en el Banco de España u otras entidades de crédito a un altísimo interés del 6%. Al cabo de dos años, el pasivo había crecido enormemente y se formaba, sobre todo, con deudas a corto plazo. Cuando Alfredo retira a su hermano y toma el control en solitario de Bauer & Cía, el agujero provocado por Ignacio es de 4 millones de pesetas. Alfredo obliga a su hermano a firmar una hipoteca sobre su parte de la herencia de su padre, Gustavo. Pero Alfredo no cambio de táctica y siguió pensando que con una buena gestión y el aval de su enorme patrimonio familiar, seria suficiente para sanear la empresa. Se equivoca. Los cinco millones de pesetas en ventas de 1930 no son suficientes. Y en enero de 1931 Alfredo tiene que viajar a París para reconocer ante los Rotchschild que está arruinado. La C.I.A.P le había hecho perder hasta ese momento 7 millones de pesetas y solicitó a los Rothschild un crédito, a su nombre, de cinco millones. Se lo concedieron, a cambio de una letra de 7 millones, la obligación de devolverlo antes del 31 de diciembre de 1931 y otras garantías. El 25 de abril, con la República ya formalizada en España, Alfredo intentó convencer a la Junta General de Accionistas de la C.I.A.P de que llevaran a cabo una ampliación de capital. No funcionó. Los Rotschild enviaron a un técnico de la casa para investigar que estaba pasando realmente y su dictamen fue demoledor: el activo de los Bauer era de unos 25 millones de pesetas mientras que el pasivo, sobrepasaba los 30. Además, en medio de una crisis económica y con la revuelta situación política española, los inmuebles de los Bauer eran invendibles. De manera que mientras el Duque de la Victoria llenaba páginas y más páginas para demostrar que todo, todo lo que estaba pasando en España era el resultado del desembarco de los judíos en España, la casa Rotschild se puso en la primera fila para solicitar de los Bauer el pago de sus deudas, puesto que ellos eran los primeros perjudicados. Y tras ellos vinieron una larga lista de acreedores, judíos y no judíos, masones y católicos, monárquicos y republicanos. Los Bauer tuvieron que responder con sus bienes y la liquidación aún duró una penosa década en la que perdieron prácticamente todo.


Definición del Suljan Aruj de Josef Caro según el Duque de la Victoria en 1936: "uno de los libros del Talmud, Schulchan - Aruk". Para el Duque, la solución de España es seguir la senda de la Alemania nacional-socialista y la Italia fascista.

El Duque de la Victoria finalizó “Así se organizan las guerras” en mayo de 1936, dos meses antes del inicio de la Guerra Civil, aunque no se publica hasta 1940. El lenguaje que utiliza es aún más paranoico y desaforado que en su anterior libro. Los pies de página están llenos de mayúsculas y admiraciones y, como evidencia del aumento del delirio en su visión de la realidad, ya no sólo traduce folletos antisemitas franceses y alemanes, sino que empieza a constatar la presencia de la conspiración judía por sus propios medios. Sobre las señales del Judaísmo, al hablar de la estrella de cinco puntas escribe: “lo verán siempre en todo aquello en que los judíos dominan o quieren hacer ostentación”. “En uno de los principales “cines” (sic) de Madrid, al empezar la sesión, aparecen en la pantalla una confusión de dibujos movibles, de colores vivos; pero siempre en el fondo se ve o se adivina la estrella de cinco puntas judía. No es extraño, porque la mayoría de los estudios cinematográficos son judíos”. Que la estrella de cinco puntas no tenga nada que ver con el Judaísmo resulta, de alguna manera, irrelevante. La lógica conspirativa es refractaria al sentido común. Las tesis del Duque de la Victoria son exactamente las mismas que las del antisemitismo de Adolf Hitler y se fundamentan en los mismos falsos postulados. Alemania no perdió la Primera Guerra Mundial, sino que sufrió una puñalada por la espalda de los judíos revolucionarios. Los bolcheviques rusos son, en realidad, judíos y judías son todas las revoluciones del mundo. La Sociedad de Naciones – predecesora de las Naciones Unidas – es una institución judía, etc, etc. La solución: la eliminación de los judíos. Que personalidades espirituales como el Rebe de Lubavitch Iosef Itzjak Schneerson (1880-1950) terminaran en las cárceles soviéticas, o que Stalin eliminara en sus purgas a los judíos bajo la ambigua acusación de “cosmopolitismo” no cambia un ápice el poder del prejuicio ni la fortaleza de la teoría de la conspiración. De la misma manera, que fuera la Alemania misma la que enviara a Lenin – que no era judío - a Rusia para que fomentara la revolución bolchevique y así terminar con su enemigo en la guerra, como de hecho logró, tampoco. Una a una, todas las acusaciones que lleva a cabo el Duque de la Victoria, en la mayoría de los casos sin fundamento o a partir de una descontextualización paranoica, pueden ser desmontadas con hechos. No así la lógica patológica que se esconde detrás. Un buen ejemplo lo constituyen sus menciones al Proceso de Berna.

Entre 1934 y 1935 se produjo en la localidad suiza de Berna un juicio contra una organización antisemita suiza de inspiración nazi, el Frente Nacional, que estaban editando y distribuyendo la versión alemana de Los Protocolos. La Comunidad Judía de Berna y la Unión de Comunidades Judías de Suiza demandaron al Frente Nacional y al Partido Nacionalsocialista suizo. El proceso de Berna se convirtió en la oportunidad de demostrar ante los tribunales lo que hacía quince años que se había demostrado; que “Los Protocolos” eran un burdo plagio de una obra de Maurice Joly y que se habían intentado hacer pasar por las actas del Congreso Sionista de Basilea para convencer al Zar de Rusia de que los bolcheviques eran en realidad sólo judíos y Rusia no debía iniciar el camino de la democracia, sino todo lo contrario. El proceso fue largo y tedioso, y entre las rocambolescas argumentaciones de los nazis, cuando resultaba imposible no reconocer que “Los protocolos” eran un plagio de los “Diálogos de Montesquieu y Maquiavelo en el infierno”, dijeron que Joly, en realidad, había sido judío. No había absolutamente ninguna evidencia de antecedentes judíos en su familia, ni por parte de padre, ni por parte de madre. Pero puesto que su discurso funerario lo hizo un masón, había que deducir que Joly era judío. Y si no fuera suficiente, añadieron que un personaje de una novela de Theodorl Herzl, fundador del sionismo, se llamaba Joe Levy “y para obtener el apellido Joly basta con quitar la “e” de Joe y la “ev” de Levy, procedimiento que tiene un significado secreto para los judíos”. El 14 de mayo de 1935, el tribunal falló que el libro era un plagio y pertenecía a la categoría de la literatura indecente. El Duque de la Victoria, como la prensa alemana, no sólo no aceptaron la noticia como una derrota, sino como una confirmación de la teoría de la conspiración. ¿No serían judíos los magistrados? ¿No habrían sido sobornados por los Sabios de Sión para mantener el secreto? “¿Quién tendrá ese fallo por expresión fiel de la verdad?”.

Sin embargo, en 1937, cuando España estaba en Plena Guerra Civil, los acusados recurrieron y el Tribunal de Casación de Berna declaró que aunque los Protocolos “eran basura, cuyo único objetivo era el político de incitar al odio y el desprecio por los judíos”, no podían considerarse dentro de la categoría de literatura indecente. El tribunal se negó a conceder daños y perjuicios a los recurrentes puesto que “quien quiera difundir escritos infamatorios de la mayor grosería posible debe pagar sus propios gastos”. Esta vez los nazis anunciaron a bombo y platillo su victoria como evidencia del triunfo de la justicia, pero el Duque de la Victoria no dijo nada. Al menos, nada que haya sobrevivido hasta nosotros.

Si regresamos a aquella comitiva que despedía a la reina en Galapagar, rumbo al exilio podemos encontrar, en el apartado de las curiosidades, pruebas de algunas de las afirmaciones del Duque de la Victoria. En concreto, al igual que los nazis, se acusa a los judíos de estar detrás de la producción cinematográfica, especialmente, de la pornográfica, que fomenta los vicios para debilitar la moral. Era cierto que antes de esa fecha y de declararse la ruina, los Bauer tenían participaciones en cine e Ignacio fue productor de una adaptación de una zarzuela de Miguel Echegaray, “Gigantes y Cabezudos” (1926). En esos mismos años, en el barrio chino de Barcelona un hombre, en nombre de una personalidad que no quería revelar su verdadera identidad, contrató a prostitutas y otros personajes del bajo fondo para llevar a cabo unos cortometrajes pornográficos de alta calidad. En uno de ellos, como si se tratara de una confirmación de los Protocolos, los actores van disfrazados de curas y monjas. Pero aquel hombre no era ni judío, ni masón, sino el Conde de Romanones, y el productor que no quería revelar su identidad era el mismísimo Rey Alfonso XIII . Ese mismo rey que, "cuando por fin se acabe con los judíos y los masones ", "volverá a España para hacerla otra vez cristiana, próspera, respetada y feliz".


"El Schulchan-Aruk es una manual de las leyes judías tomado del Talmud y recopilado por el rabino Jophe Cabo". Edición argentina de "Los Protocolos" (1963) con epílogo del Duque de la Victoria.


En cierta ocasión, Jean Paul Sartre dijo que nadie puede suponer que quepa escribir nunca una buena novela alabando el antisemitismo. Al menos, eso no ha sucedido hasta la fecha, y el caso del misterioso Duque de la Victoria, no es una excepción. No era novelista, es cierto, pero en sus “trabajos de divulgación” sobre los peligros de la judeo-masonería, no muestra el menor indicio de originalidad en sus planteamientos ni el más mínimo conocimiento de Judaísmo. Y lo cierto es que en la época en que publicó sus obras los “expertos” en el tema eran el inefable Luis Tusquets (1932) presbítero y catedrático de Pedagogía Catequética en el Seminario Conciliar de Barcelona, y el curioso Francisco de Luis (1935). Nadie le reconoció su labor de pionero. Las ideas, en todos los casos, siempre son las mismas y constituyen ese magma ideológico que sostiene el legendario “contubernio judeo-masónico-comunista” con el que Francisco Franco regaba todos sus discursos hasta sus últimos momentos y que aún goza de cierto crédito entre autores como Ricardo de la Cierva. Y pese a la machacona insistencia con que los generales nacionales hablaban en público, con taconazo y brazo extendido, del peligro de la judeo-masonería, exprimieron económicamente a los sefardíes del Norte de África, punto de origen de la rebelión militar. Mientras Franco negociaba préstamos con la Banca Hassan y la Banca Pariente, escribió de su puño y letra una carta al Consejo Comunal Israelita de Tetúan diciendo que no se preste atención a las emisiones antisemitas que se llevan a cabo por radio desde Sevilla. Es sólo propaganda.


Hoy “Los Protocolos”, con los comentarios del Duque de la Victoria están disponibles en Internet. En la cultura popular, los rastros de toda aquella literatura y, sobre todo, de las ideas que representan, siguen siendo muy populares al hablar de los Illuminati o los “enigmas” del 11-S. En palabras de Schopenhauer, el delirio, es un derecho público.