26.1.09

EL MISTICISMO EXTRAVIADO DE ABRAHAM ABULAFIA

La imagen más conocida de Abraham Abulafia (1240 - 1291?).

Hoy el nombre de Abulafia se asocia en Israel con una de las más tradicionales panaderías de Yafo, junto a Tel-Aviv. En una ciudad donde el panorama comercial cambia tan rápidamente que un lugar puede estar abarrotado de público durante tres meses y quebrar al cuarto por falta de clientes, que un negocio siga abierto desde 1879, impresiona. Abulafia sirve desde hace más de un siglo, las 24 horas al día, sus peculiares y deliciosos sándwiches. Pero el nombre de Abulafia se hunde mucho más allá en el tiempo, hasta personalidades como Haim Abulafia (1660-1744), el rabino cabalista que restableció la ciudad de Tiberiades a principios del siglo XVIII por invitación de los otomanos, y aún más allá. Pero sin duda el más peculiar de todos haya sido Abraham Abulafia (1240 - 1291), el extraño personaje cuyas doctrinas pueden compararse con los bocadillos doblados de la panadería que lleva su nombre: todo puede mezclarse en su interior. Que Abulafia utilizara palabras en euskera para realizar con ellas guematría (el uso simbólico de letras como números) o que se presentara en Roma con la declarada intención de convertir al Papa Nicolás III, el mismo que Dante coloca en su infierno por corrupto, dan una idea de su talante.



Empecemos por lo del Papa, porque Abulafia ejemplifica de forma anticipada lo que Gershom Scholem llamaba el “misticismo extraviado”, el estado de delirio mesiánico al que puede conducir una conveniente dosis de misticismo articulado a través de la Kabalah, y tiempos de crisis. Abulafia nació en Zaragoza, pero muy niño fue trasladado a Tudela, en Navarra, con lo que la ciudad se convirtió en la patria chica de dos grandes viajeros. Abulafia, y Benjamín, que un siglo antes había recorrido 190 ciudades del mundo y dejó como prueba un libro que puede conseguirse fácilmente hoy en castellano y ofrece un retrato vivo del mundo en la Edad Media y, especialmente, de las comunidades judías. Los viajes de Abulafia tenían motivos distintos. El primero lo llevó a cabo cuando tenía 18 años. Su padre le había enseñado Torah y Talmud, y tras su muerte, el joven Abraham puso rumbo a la Tierra Santa en busca del río Sambation, aquel que, según la tradición, separó las diez tribus perdidas y que Plinio el Viejo y Josefo llaman el Río Sabático, porque su curso se interrumpe el sábado. Sin embargo, no llegó más allá de Akko. La Tierra de Israel había quedado destrozada durante las Cruzadas (tres en menos de cincuenta años, y aún faltaba la Octava y última). Y su viaje coincidió además con el avance de los mongoles (formalmente budistas, pero que tenían buena opinión de los cristianos y mantenían buenas relaciones con los cruzados de Siria). Saquearon Bagdag en 1258 y si al año siguiente no hubiera muerto su líder, Möngke Jan, nieto de Genghis Khan, es probable que El Cairo hubiera corrido la misma suerte. Pero para entonces, Abulafia ya estaba de vuelta en Europa, en Italia, dedicado al estudio de la “Guía de los Perplejos” de Maimónides. En los años que siguieron además de en Italia vivió de nuevo en España (primero en Barcelona y luego en Castilla) para poner rumbo a Roma en 1280 tras una “experiencia” mística en la que quedó firmemente convencido de que él era el Mesías (o uno de ellos) y que había llegado la hora de la redención universal. La conversión del Papa supondría, de facto, la conversión de todos los cristianos de Europa a su particular fe en la que el Judaísmo y el Cristianismo quedarían unificados. Ese era, al menos, el plan.

Nicolás III, el Papa que Abulafia pretendía convertir, retratado por Dante en el infierno.(Ilustración de Gustavo Doré).

Cuando Nicolás III supo de la existencia de un individuo que se dirigía a la residencia papal de Suriano, cerca de Roma, con la intención de “convertirlo” antes del inicio del año judío 5041, dio órdenes de que se erigiera una pira y que quemaran en ella a aquel fanático en cuanto apareciera por allí. Abraham no se asustó; había escuchado una voz interior. Y el que murió, además, fue el Papa, justo la noche anterior a su llegada, lo que para Abulafia era otra señal inequívoca de su designio divino. A Abulafia no lo quemaron, sino que lo tuvieron encerrado cuatro semanas, y después se marchó a Sicilia, en busca de alumnos. Sus delirios mesiánicos preocuparon enormemente a las autoridades rabínicas de Palermo, que en 1285 se dirigieron al Rashba, Rabbí Salomón Ben Aderet de Barcelona, que en aquella época era la autoridad especializada en calmar los movimientos mesiánicos que estaban apareciendo en las juderías de toda Europa con una histérica insistencia. El Rashba condenó enérgicamente las obras de Abulafia, que quedaron excluidas de las escuelas españolas. Desde entonces su extensa producción de libros influyó, de forma individual, a un abanico de pensadores y místicos judíos y cristianos que se extiende durante varias generaciones. Haim Vital y Moisés Cordovero representarían sus influenciados más tradicionales. De hecho, gracias a sus obras han sobrevivido fragmentos completos de sus libros. En el “Pardes Rimonim” de Cordovero y, sobre todo, en “Sha’arei Kedusha,” Vital cita por su nombre a Abulafia y la referencia de sus obras. Pero tanto uno como otro, incorporaron sólo fragmentos muy concretos, y con mucho cuidado. No sucedió lo mismo con Sabatai Zevi (1626 – 1676) o Jacob Frank (1726-1791), que materializaron siglos después el peligro que las confusas doctrinas de Abulafia convocaban para las autoridades rabínicas a la hora de prohibirlo. En 1664 Zevi llevó a cabo un acto similar al de Abulafia; se dirigió a Constantinopla con la intención de poner en su cabeza la corona del Sultán, sin violencia, por obra de un milagro, para confirmar su rango de Mesías para toda la Humanidad. El resultado es que se convirtió al Islam y tras su muerte sus seguidores formaron una extraña secta de “judíos secretos” en Turquía, los Dönmeh, que pervive hasta nuestros días. En cuanto a Frank, un rufián inculto y sin escrúpulos, se convirtió al catolicismo con muchos de sus seguidores, para incomodidad de judíos y católicos; sobre todo cuando los cristianos descubrieron que no habían logrado la anhelada conversión en masa de los judíos, sino la fingida de un extraño grupo cuyas verdaderas creencias eran una amalgama de ideas que tenían a Frank mismo como centro. Abulafia no llegó a tanto, porque a diferencia de todos los “mesías” que le precedieron y sucedieron, fue un hombre extraordinariamente culto, un asceta piadoso y desprendido y, sobre todo, un sincero creyente en aquello que predicaba.

Los maestros de Zen dicen que la meditación es inútil para los neuróticos porque, lejos de curarlos, agravará su mal. El ejemplo viene al caso de Abulafia porque su escuela quiso desmarcarse desde un primer momento de la Kabalah, por considerarla de “grado inferior” y sus sistemas de meditación, a ojos contemporáneos, parecen anticipar el Yoga, el tantrismo, y elementos del psicoanálisis. Lo llamaba “Kabalah Profética”, y estaba firmemente convencido de que con su método, cualquier persona sincera podía llegar a un grado de comunicación directa con Dios similar al de los profetas. No en el sentido de realizar milagros, sino de alcanzar un grado de percepción que permite penetrar, de forma intuitiva, en la esencia de la divinidad. Su sistema incluía además ciertas prácticas ascéticas – ajenas a la tradición judía, donde la comunidad y la familia son el entorno idóneo para la vida espiritual – y derivó en una visión híbrida de una trinidad mística que, sólo formalmente, se asemejaba a la trinidad católica y despertó el interés de algunos círculos cristianos medievales. Al fin y al cabo, como “mesías” e “hijo de Dios”, su tarea era la de romper las barreras entre las religiones para lograr una forma de espiritualidad universal. El objetivo de su “misión” no lo constituían, además, las masas, sino las élites educadas y tenía tanto interés en demostrar sus “verdades” a sus correligionarios como a los cristianos. Pero lo interesante (e inquietante) no es bucear en la doctrina de un excepcional y hasta cierto punto heterodoxo personaje de la Edad Media y su obra difícil de clasificar (y de entender), sino preguntarse qué hace falta para que un hombre de cualquier época llegue a la conclusión de ser el Mesías. O la pregunta puede ser aún más inmediata: ¿estamos hoy ante el mismo caldo de cultivo de mesianismos extraviados en el que surgieron personajes como Abulafia?

Maimónides. Abulafia estaba convencido de que su obra más racionalista, la "Guía de los Perplejos", era en realidad un tratado de sabiduría oculta que él había sido capaz de de-codificar.

Abulafia no conoció el “Zohar”, el texto clave de la Kabalah. Su obra se desarrolla en los mismos años en que Moisés de León está recopilando la obra en España. Tampoco menciona “El Bahir”, atribuido al rabino del siglo primero Nehumía ben haKana, maestro, a su vez, del formulador de los 13 principios de la exégesis, rabí Ishmael. Y esta omisión resulta curiosa en cuanto a que Abulafia dice que fue Najmánides de Gerona quien le enseñó algunos de sus métodos de guematría, y Najmánides cita frecuentemente “El Bahir” en sus comentarios de la Torah. Pero como hombre versado en el Talmud, Abulafia seguramente estaba familiarizado con el tratado de Jaguigá (14.2) donde las precauciones respecto a la Kabalah quedan explicadas en una parábola: “Cuatro Sabios «entraron» al PaRDéS: Ben Azái, Ben Zomá, Ajer (Elishá Ben Abúya) y Rabí Akiva. Ben Azái vio y murió, Ben Zomá observó y enloqueció, Ajer cortó las amarras (abandonó el Judaísmo), Rabí Akiva salió en paz”. El vocablo PaRDéS significa literalmente “prado” y, como explica Rab. Haim Zukerwar “este concepto, que aparece en diversos textos tradicionales, alude a las cuatro formas básicas de comprensión de la realidad. Las letras de dicha palabra conforman cuatro perspectivas a través de las cuales comprendemos la Torá. La primera inicial del vocablo PaRDéS - indica el Pshat, lo simple, el relato literal. La segunda inicial alude al Remez -insinuación- que le da una dimensión más profunda al relato, dado que los personajes, las situaciones y todos los detalles, inclusive las letras, nos transmiten un mensaje. La tercer inicial nos indica el Drash que proviene del verbo exigir. Esta lectura encierra una búsqueda en la cual el hombre exige el significado interior que el texto quiere transmitir. La última inicial del pardés nos indica el Sod, literalmente secreto, que El Zóhar define como causa”. Cuando Abulafia aplicó esta lectura a varios niveles a la realidad, encontró que todo era “al revés”, al contrario de lo que todo el mundo pensaba; renunció, de partida, a la interpretación literal de los acontecimientos, a las cosas que “son como son” a favor de encontrar señales y mensaje más profundos. Por ejemplo, cuando aplicó aquella mirada a “La Guía de los Perplejos” de Maimónides, llegó a la sorprendente conclusión de que estaba ante la mayor codificación de la Kabalah que se había llevado a cabo hasta el momento. Sorprendentemente porque una de las cosas que más desagradó de aquel libro de Maimónides entre sus contemporáneos (que llegaron a prohibirlo en algunas comunidades) fue su extremo racionalismo y lo que parece ser una desconfianza absoluta por las especulaciones místicas a favor de la lógica, el estudio y el sentido común, el “camino medio”. Maimónides escribió precisamente “La Guía” como una forma de demostrar que la Fe y la Razón son compatibles, que la creencia es razonable. Pero Abulafia vio un texto secreto que él, y sólo él, había sido capaz de “de-codificar”. Hoy, la mayoría de los que afirman que Maimónides era un gran cabalista lo hacen apoyados, a veces sin saberlo, en las opiniones de Abulafia. Que al margen de lo verdadero o falso de la afirmación (que Maimónides estuviera familiarizado con la Kabalah) son indicativos de una actitud que no tiene en cuenta las razones contrarias, sólo recoge datos o signos que le confirmen el prejuicio, para convertirlo en convicción; la definición más clásica del delirio paranoico. Y así cómo los maestros Zen hablan de la inutilidad de la meditación para los neuróticos, los maestros del Talmud establecieron una serie de precauciones para “entrar y salir en paz” y no terminar muerto, loco o fundando una nueva religión. La Kabalah no era enseñada a personas que no tuvieran más de cuarenta años, no estuvieran casados y no tuvieran un conocimiento previo de Torah, Talmud y Halajá. Lejos de constituir un ejercicio de censura y oscurantismo la medida resultaba ser de una sensatez demoledora. El hecho de exigir de un hombre que estuviera casado, garantizaba de alguna manera el que tuviera una vida sexual sana y, sobre todo, que tuviera una serie de responsabilidades y obligaciones con respecto a su familia con todo lo que ello implica: estar diariamente dedicado a otros, salir del centro de la escena. Y en cuanto a la exigencia de conocimientos previos en Torah, Talmud y Halajá, servía para articular un contexto para la Kabalah como herramienta de pensamiento. La Kabalah es un sistema, con su propia nomenclatura. Y así como en música existen las notaciones musicales y en matemáticas los números, la Kabalah tiene su propia nomenclatura, lo que los clásicos llaman El Lenguaje de las Ramificaciones. Para Borges resultaba interesante porque “no se trata de una pieza de museo de la historia de la filosofía” y tiene “una aplicación: puede servirnos para pensar, para tratar de comprender el universo”. Hoy esas precauciones han desaparecido, incluso en el mundo ortodoxo, y el resultado es una popularización sin precedentes del término “Kabalah” como cajón de sastre de ideas e ideologías que en muchas ocasiones, no tienen nada que ver.

Michael Laitman, el más popular y traducido al castellano de los nuevos gurús kabalistas.

Por ejemplo, la “sabiduría” de la Kabalah está al alcance de cualquiera que tenga una tarjeta de crédito y una conexión a Internet. Una cuerda roja, “contra el mal de ojo” pueden estar en su propio domicilio en menos de una semana; sólo basta hacer click en la tienda on-line de la página web de la institución de la familia Berg en Los Angeles (los “rabinos” de Madonna). También se puede conseguir una edición de tapa dura de “El Zohar”; no hace falta leerlo, sólo tenerlo, para verse beneficiado por su influjo. Las obras de Laitman son de las más traducidas (y leídas) sobre Kabalah en castellano y, como Abulafia, insisten en el aspecto “universal” de sus doctrinas. Incluso en el mundo ortodoxo se han eliminado las precauciones habituales y se enseña Kabalah prácticamente en cada ciudad como contra-medida ante una situación en la que Kabalah ha empezado a convertirse en sinónimo de superchería. La lista de “locos”, “muertos” y de aquellos que “cortaron las raíces” es extensa y abarca lo histórico (la larga lista de “mesías” e “iluminados”), y lo personal (¿quién no conoce a alguien que tras una experiencia traumática ha buscado en la Kabalah un refugio y se ha vuelto, simplemente, insufrible?). Ahora la pregunta es: en estos tiempos de miedo y crisis, ¿cuánto falta para que aparezca en alguna parte alguien convencido de haber sido designado por la divinidad para salvar al mundo como único camino para salvarse él? ¿De “abolir” todo lo establecido para crear un “nuevo orden universal”? El “caso” más conocido en el mundo ortodoxo tuvo lugar en 1994, tras el fallecimiento de Menachem Mendel Schneerson (z’’l), último Rebbe del movimiento Jabad Lubavitch. Algunos de sus seguidores llegaron a la conclusión de que se trataba del Mesías (punto negado por él, la institución misma y la inmensa mayoría de sus seguidores). El caso del Rebbe constituye una excepción, no la norma. La evidencia se decanta del lado contrario, del lado de los “híbridos” como Abulafia, los que quieren eliminar las barreras creando nuevas creencias “para todos”. En el mundo judío está el caso de los “mesiánicos”, que surgieron a finales del siglo XIX con la intención de convertir a los judíos al cristianismo bajo el pretexto de que hacerse cristianos no suponía un abandono de sus creencias, sino todo lo contrario, que los haría “judíos completos”. Hoy se extienden por todo el mundo, atomizados, en una variedad de grupos e ideologías que van desde aquellos que expurgan El Zohar en busca de señales (como los cabalistas cristianos del Renacimiento), hasta aquellos que, como en el caso español, rechazan de plano la Kabalah como “hechicería” pero que mantienen en su seno los elementos básicos de las contradicciones necesarias para llegar a esa “tensión mesiánica”, la convicción de ser “elegidos”. Grupos que dicen no ser cristianos, pero que son tan unánimemente reconocidos por las iglesias “reformadas” como rechazados por todas las tendencias judías. Que rechazan el Talmud pero que, sin embargo, utilizan en su liturgia y prácticas textos, prácticas y oraciones que emanan de la tradición talmúdica.

Lo paradójico, y políticamente incorrecto, es que las tradiciones han resultado más efectivas a la hora de articular formas de vida más parecidas a la universalidad que los híbridos igualadores. Al evitar cuidadosamente lo que nos “separa”, sólo lo hacemos más presente, más tangible. Maimónides vivió en el entorno musulmán de Al-Andalus en perfectas relaciones con sus contemporáneos. Compartía con Averroes la preocupación por los delirios místicos que llegaban de Persia (Irán) y que se tradujeron en la violencia fanática de los Almohades, sin por ello renunciar a su identidad. Najmánides hizo lo mismo, en el Aragón cristiano. Y cada día judíos, cristianos y musulmanes conviven en todas partes sin necesidad de renunciar a su identidad, ni a sus creencias. Es un lugar común, pero es cierto; no son las ideas, son las personas, y, sobre todo, las reglas del juego. No renunciar a la inteligencia y al sentido común, ese “camino medio” de Maimónides, con la misma fuerza con la que se evita la violencia y la imposición, que invalidan cualquier postura. Sólo existe una excepción a esta norma en los Kabalistas de todos los tiempos: la humildad. Única cualidad que ha de llevarse al extremo. No es la Kabalah, es lo que se hace con ella.

"Abulafia", en Yafo. Desde 1879 sirve los mejores sandwiches de Tel-Aviv.

Por eso, respecto a Abulafia, invito a emplazar el debate a los huevos morenos en el sandwich: ¿con o sin pepinillos? Si el hambre no aprieta demasiado, es recomendable caminar cinco minutos hasta la orilla del puerto de Yafo, por la tarde, y ver como el sol se zambulle en el Mediterráneo, en esa línea recta que une de forma invisible los dos extremos del mar; Israel y España. Y compartirlo con alguien.

2 comentarios:

Jorge Pedro dijo...

lo único malo de esa panadería es la atención. son medio groseros. saludos.

aa dijo...

Muy ilustrativo su comentario.