"No digas, no digas que eres judía". M. Grecia.
Ya
nos hemos habituado a escuchar que existe en Europa un paralelismo entre la
crisis de 1929 y la actual crisis financiera. La crisis en titulares tiene una
cronología marcada por países: Grecia, Italia, España… Países con comunidades
judías diminutas o residuales si se comparan con los Estados Unidos, la
Argentina, México o Brasil. Y en las que el porcentaje de emigración a Israel
desde su creación ha sido bajo, simbólico o simplemente nulo. Eran países en
los que la actitud hacia Israel se podía resumir en un simbólico y romántico
apoyo en actos públicos. Vacaciones en la playa con jornada de parque temático
espiritual en Jerusalén. Y un siempre más pragmático, pero lejano, sentimiento
de “y por si pasa algo y hay que escapar un día”. Para un porcentaje desproporcionado
de judíos europeos, parece que ese momento ya ha llegado.
M.
lee con entusiasmo. Es el texto que prepara para su “examen oral” de hebreo la semana
siguiente. Y lo ha preparado a conciencia. Nació en Ukbekistan, pero ha vivido
casi toda su vida en Grecia, a dónde tenía una panadería. De eso trata su
historia que trata de resumir su historia personal en un hebreo recién
estrenado. Apenas lleva unos meses en el país. Prosigue: “pero en
Grecia no podíamos decir que éramos judíos. Teníamos que decir que éramos
griegos”. El resto de la clase del Ul-Pan (escuela de hebreo) de M, en Haifa, está mayoritariamente
compuesta por emigrantes de “Rusia” y, sobre todo, de Ukrania. Aunque la clase de
M es posiblemente la más “variada” de todo el centro y hay emigrantes de
Grecia, Italia y España. Además de los hispanoamericanos. Hay clases en las que
todos los estudiantes son de habla rusa. “Y yo le decía a mi hija: no digas, no
digas que eres judía. Tu di que eres griega, como tu padre”. Delante de M. se
sienta A., de Roma. En su corto texto oral cuenta la historia opuesta; emigrar a
Israel era un sueño que acarició durante 20 años, los que corren en paralelo
con su trabajo en una multinacional televisiva, a dónde era productor de
informativos. A. es un “benei Roma”, un miembro de la que, con orgullo, declara
ser la “comunidad más antigua del mundo en funcionamiento ininterrumpido desde
hace más de dos mil años”. Cuando
la relata la entrada de los americanos en Roma, la ambigüa y nunca olvidada
actitud ambigüa del rabino principal refugiado en el Vaticano, o el miniam
“secreto” que se había propuesto que bajo ninguna circunstancia se
interrumpieran 2000 años de tefilá en la ciudad, uno siente que está allí. Pero
con la misma minuciosidad, y mucho menos entusiasmo, cuenta que se espera la
emigración en bloque de cincuenta familias judías de Italia a Israel. No es ya
un asunto ni de sionismo, ni de religión; es de simple desesperación. ¿Qué hay
de España?
El
anuncio de Alejandro Toledo para Cáritas ha permitido, de pronto, legalizar la
imagen pública de la nueva miseria española. Es decir, la que afecta a todos. Y
en la misma proporción ha golpeado a la Comunidad Judía de Madrid. Que, por
otro lado, está teniendo un exquisito cuidado en ser mantener en la más
absoluta discreción tanto la actividad de sus servicios sociales como la identidad
de sus destinatarios. Como sucede en toda España, el elemento en común es el
“no te podrías creer quien está viviendo con ayudas”. Lo mismo se puede decir
de la emigración. En términos generales se ha producido una enorme salida de
jóvenes profesionales o aspirantes fuera de España en una Universidad en la que
la expectativa laboral se resume en un chiste: “¿Cuáles son las salidas
profesionales? Por Tierra, Mar o Aire”. Como en el caso de Italia, la
proporción que ha optado por Israel es desproporcionadamente alta. En términos
númericos, no es significativa, puesto que la Comunidad es muy pequeña. Pero
precisamente cuando hay pocos se nota más lo que pasa, tanto en la Comunidad,
como en el resto de la sociedad. Como en toda situación, el judío tiene dos
problemas. El de todo el mundo, y el suyo con su propio Judaísmo.
Hace
algunos años que el profesor Julio Montero, de la Universidad Complutense,
publicó “La Imagen Pública de la Monarquía”. Un libro técnico, aparentemente
irrelevante pero que permite formular esas conclusiones simples que se
sustentan en el estudio y análisis de datos: el 14 de abril de 1931 en España
se declaró la República y la sociedad en masa se echó a la calle en lo que era
un sentimiento mayoritario. Pero tan sólo un día antes, en toda la prensa
publicada en España sólo en dos periódicos de provincias había artículos en los
que se criticara a la Monarquía o, menos aún, se hablara de una República. La
prensa en bloque se acostó sensata, consensuada y Monárquica, y se levantó
republicana de toda la vida. El hecho de que en medio de una España en caída
libre el nieto de ese mismo rey, Juan Carlos I y familia, estén arruinando en
pocos meses la credibilidad de la monarquía española, invita, de nuevo, a los
paralelismos. Me gustaría centrarme en dos, que en realidad no son paralelismos
sino tomar como referencia aquel momento para ver qué tiene en común con este.
Y que ha cambiado de forma radical. En la actitud de la prensa española hay un
continuidad en esa actitud de censura, autocensura y enorme comprensión hacia
las autoridades porque la imprenta, desde su invención e implantación en
España, nunca ha sido independiente. Es decir, mañana puede pasar “cualquier
cosa” en España y en términos periodísticos, nadie “la vendría venir”. Lo que
se ve y se publica, sin embargo, es escalofriante. No en cuanto a las noticias
en sí, sino en el conjunto de ideas y de su expresión que es “tolerable” decir
en público sin parecer un fanático de algo o un desequilibrado. El discurso
anti-emigrante es hoy en toda Europa, y especialmente en España, total y
absolutamente enfermizo. Y teñido de pragmatismo. Si salen los emigrantes y se
regula y controla la economía un poquito, los números salen positivos. Es
decir, hay que librarse de un par de millones de personas “por las buenas” y en
aras de un objetivo de “bien nacional”. Aspectos como que no se haya sabido
integrar dentro del torrente cultural español a personas venidas durante dos
décadas de los cuatro rincones del mundo parece teórico e irrelevante a ese
mismo torrente cultural español. Al fin y al cabo su propia naturaleza es la de
ser “refractario”. Eso en cuanto a los “panchitos”, “payoponis”, “sudakas”,
“rumanos” y “toda esa gentuza”. ¿Cuál es hoy la respuesta en la calle de Madrid
a si un judío es o no español?
Una
de las cosas que con más insistencia he escuchado en los últimos meses, como una
coletilla en conversaciones o e-mail ha sido aquello de “los que no tenemos
país a dónde escaparnos”. Lo que
me parece también muy indicativo y marca la que es la gran diferencia con
respecto a “aquellos tiempos”: la existencia del Estado de Israel. Que se
supone preparado “para estos casos”. Aunque desproporcionada, la emigración
judía española a Israel no es mayoritaria, como no lo es en ningún país europeo
y, menos aún, en los Estados Unidos. Para un europeo con cierta educación, no
es difícil sentirse muchos días en Israel como Ovidio entre los getas. Pero es
un país que funciona. De enormes contrastes. Pero sobre todo y ante todo no es,
precisamente, el lugar del mundo al que emigrar por “motivos económicos” o
“culturales” sea una opción razonable. En una de esas innumerables encuestas
que se llevan a cabo en Israel, este año se preguntó a la gente si se sentían
“israelíes” o “judíos”. La respuesta hasta los 30 años se reparte al 50% entre
los que se sienten sobre todo una cosa antes que la otra. A partir de esa edad
aumenta la proporción de los que se sienten más “judíos” que israelíes. Eso en
cuanto a los números, pero en cuanto a lo que hay en la calle, en los rostros,
en las costumbres y en todo, es una sociedad formada por “gentuza” de todas
partes. Desde el más olvidado rincón de Georgia hasta Etiopía. El país está
aplicando exactamente el modelo de desarrollo opuesto a la Unión Europea y, en
números, el paro está en el 5% y hay sectores de la economía, como el
relacionado con la tecnología que, simple y llanamente, son los primeros del mundo. Pero si hoy
preguntamos en una calle de Madrid, nos sorprenderá escuchar que un
desproporcionado y numéricamente mostruoso volumen de españoles piensan,
sinceramente, que hay una conspiración judía en marcha y que el asunto de la
crisis financiera tiene un “elemento judío” inevitable. En los años de la II
República española se publicaron en España más ediciones de “Los Protocolos de
los Sabios de Sión” que en países a dónde si existía población judía. El
“judío” y lo “judío” son en España un fantasma, un eco venido de alguna parte.
Simplemente es una mala palabra, alguien a quien gritarle, como quien le grita al árbitro. En lo real, en el día
de a día de cada judío, cada uno ha dado sus respuestas. O está dando las que
le permite la situación. Lo de “aquí falta salir” parece la tendencia.
Podemos
hacer todos los paralelismos o contra-paralelismos que queramos. Pero en lo que
creo que habrá cierto consenso en que estos son tiempos nuevos. Por primera vez
en mucho tiempo el futuro ha dejado de ser algo seguro y confortable. Y puede
ser el territorio de “cosas feas”. Cuales, es lo de menos.
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