8.6.12

¿De aquí falta salir? Judíos de una España en crisis


  "No digas, no digas que eres judía". M. Grecia.

          Ya nos hemos habituado a escuchar que existe en Europa un paralelismo entre la crisis de 1929 y la actual crisis financiera. La crisis en titulares tiene una cronología marcada por países: Grecia, Italia, España… Países con comunidades judías diminutas o residuales si se comparan con los Estados Unidos, la Argentina, México o Brasil. Y en las que el porcentaje de emigración a Israel desde su creación ha sido bajo, simbólico o simplemente nulo. Eran países en los que la actitud hacia Israel se podía resumir en un simbólico y romántico apoyo en actos públicos. Vacaciones en la playa con jornada de parque temático espiritual en Jerusalén. Y un siempre más pragmático, pero lejano, sentimiento de “y por si pasa algo y hay que escapar un día”. Para un porcentaje desproporcionado de judíos europeos, parece que ese momento ya ha llegado.

            M. lee con entusiasmo. Es el texto que prepara para su “examen oral” de hebreo la semana siguiente. Y lo ha preparado a conciencia. Nació en Ukbekistan, pero ha vivido casi toda su vida en Grecia, a dónde tenía una panadería. De eso trata su historia que trata de resumir su historia personal en un hebreo recién estrenado. Apenas lleva unos meses en el país.  Prosigue:  “pero en Grecia no podíamos decir que éramos judíos. Teníamos que decir que éramos griegos”. El resto de la clase del Ul-Pan (escuela de hebreo) de M, en Haifa, está mayoritariamente compuesta por emigrantes de “Rusia” y, sobre todo, de Ukrania. Aunque la clase de M es posiblemente la más “variada” de todo el centro y hay emigrantes de Grecia, Italia y España. Además de los hispanoamericanos. Hay clases en las que todos los estudiantes son de habla rusa. “Y yo le decía a mi hija: no digas, no digas que eres judía. Tu di que eres griega, como tu padre”. Delante de M. se sienta A., de Roma. En su corto texto oral cuenta la historia opuesta; emigrar a Israel era un sueño que acarició durante 20 años, los que corren en paralelo con su trabajo en una multinacional televisiva, a dónde era productor de informativos. A. es un “benei Roma”, un miembro de la que, con orgullo, declara ser la “comunidad más antigua del mundo en funcionamiento ininterrumpido desde hace más de dos mil años”.  Cuando la relata la entrada de los americanos en Roma, la ambigüa y nunca olvidada actitud ambigüa del rabino principal refugiado en el Vaticano, o el miniam “secreto” que se había propuesto que bajo ninguna circunstancia se interrumpieran 2000 años de tefilá en la ciudad, uno siente que está allí. Pero con la misma minuciosidad, y mucho menos entusiasmo, cuenta que se espera la emigración en bloque de cincuenta familias judías de Italia a Israel. No es ya un asunto ni de sionismo, ni de religión; es de simple desesperación. ¿Qué hay de España?
            El anuncio de Alejandro Toledo para Cáritas ha permitido, de pronto, legalizar la imagen pública de la nueva miseria española. Es decir, la que afecta a todos. Y en la misma proporción ha golpeado a la Comunidad Judía de Madrid. Que, por otro lado, está teniendo un exquisito cuidado en ser mantener en la más absoluta discreción tanto la actividad de sus servicios sociales como la identidad de sus destinatarios. Como sucede en toda España, el elemento en común es el “no te podrías creer quien está viviendo con ayudas”. Lo mismo se puede decir de la emigración. En términos generales se ha producido una enorme salida de jóvenes profesionales o aspirantes fuera de España en una Universidad en la que la expectativa laboral se resume en un chiste: “¿Cuáles son las salidas profesionales? Por Tierra, Mar o Aire”. Como en el caso de Italia, la proporción que ha optado por Israel es desproporcionadamente alta. En términos númericos, no es significativa, puesto que la Comunidad es muy pequeña. Pero precisamente cuando hay pocos se nota más lo que pasa, tanto en la Comunidad, como en el resto de la sociedad. Como en toda situación, el judío tiene dos problemas. El de todo el mundo, y el suyo con su propio Judaísmo.
            Hace algunos años que el profesor Julio Montero, de la Universidad Complutense, publicó “La Imagen Pública de la Monarquía”. Un libro técnico, aparentemente irrelevante pero que permite formular esas conclusiones simples que se sustentan en el estudio y análisis de datos: el 14 de abril de 1931 en España se declaró la República y la sociedad en masa se echó a la calle en lo que era un sentimiento mayoritario. Pero tan sólo un día antes, en toda la prensa publicada en España sólo en dos periódicos de provincias había artículos en los que se criticara a la Monarquía o, menos aún, se hablara de una República. La prensa en bloque se acostó sensata, consensuada y Monárquica, y se levantó republicana de toda la vida. El hecho de que en medio de una España en caída libre el nieto de ese mismo rey, Juan Carlos I y familia, estén arruinando en pocos meses la credibilidad de la monarquía española, invita, de nuevo, a los paralelismos. Me gustaría centrarme en dos, que en realidad no son paralelismos sino tomar como referencia aquel momento para ver qué tiene en común con este. Y que ha cambiado de forma radical. En la actitud de la prensa española hay un continuidad en esa actitud de censura, autocensura y enorme comprensión hacia las autoridades porque la imprenta, desde su invención e implantación en España, nunca ha sido independiente. Es decir, mañana puede pasar “cualquier cosa” en España y en términos periodísticos, nadie “la vendría venir”. Lo que se ve y se publica, sin embargo, es escalofriante. No en cuanto a las noticias en sí, sino en el conjunto de ideas y de su expresión que es “tolerable” decir en público sin parecer un fanático de algo o un desequilibrado. El discurso anti-emigrante es hoy en toda Europa, y especialmente en España, total y absolutamente enfermizo. Y teñido de pragmatismo. Si salen los emigrantes y se regula y controla la economía un poquito, los números salen positivos. Es decir, hay que librarse de un par de millones de personas “por las buenas” y en aras de un objetivo de “bien nacional”. Aspectos como que no se haya sabido integrar dentro del torrente cultural español a personas venidas durante dos décadas de los cuatro rincones del mundo parece teórico e irrelevante a ese mismo torrente cultural español. Al fin y al cabo su propia naturaleza es la de ser “refractario”. Eso en cuanto a los “panchitos”, “payoponis”, “sudakas”, “rumanos” y “toda esa gentuza”. ¿Cuál es hoy la respuesta en la calle de Madrid a si un judío es o no español?
            Una de las cosas que con más insistencia he escuchado en los últimos meses, como una coletilla en conversaciones o e-mail ha sido aquello de “los que no tenemos país a dónde escaparnos”.  Lo que me parece también muy indicativo y marca la que es la gran diferencia con respecto a “aquellos tiempos”: la existencia del Estado de Israel. Que se supone preparado “para estos casos”. Aunque desproporcionada, la emigración judía española a Israel no es mayoritaria, como no lo es en ningún país europeo y, menos aún, en los Estados Unidos. Para un europeo con cierta educación, no es difícil sentirse muchos días en Israel como Ovidio entre los getas. Pero es un país que funciona. De enormes contrastes. Pero sobre todo y ante todo no es, precisamente, el lugar del mundo al que emigrar por “motivos económicos” o “culturales” sea una opción razonable. En una de esas innumerables encuestas que se llevan a cabo en Israel, este año se preguntó a la gente si se sentían “israelíes” o “judíos”. La respuesta hasta los 30 años se reparte al 50% entre los que se sienten sobre todo una cosa antes que la otra. A partir de esa edad aumenta la proporción de los que se sienten más “judíos” que israelíes. Eso en cuanto a los números, pero en cuanto a lo que hay en la calle, en los rostros, en las costumbres y en todo, es una sociedad formada por “gentuza” de todas partes. Desde el más olvidado rincón de Georgia hasta Etiopía. El país está aplicando exactamente el modelo de desarrollo opuesto a la Unión Europea y, en números, el paro está en el 5% y hay sectores de la economía, como el relacionado con la tecnología que, simple y llanamente, son  los primeros del mundo. Pero si hoy preguntamos en una calle de Madrid, nos sorprenderá escuchar que un desproporcionado y numéricamente mostruoso volumen de españoles piensan, sinceramente, que hay una conspiración judía en marcha y que el asunto de la crisis financiera tiene un “elemento judío” inevitable. En los años de la II República española se publicaron en España más ediciones de “Los Protocolos de los Sabios de Sión” que en países a dónde si existía población judía. El “judío” y lo “judío” son en España un fantasma, un eco venido de alguna parte. Simplemente es una mala palabra, alguien a quien gritarle, como quien le  grita al árbitro. En lo real, en el día de a día de cada judío, cada uno ha dado sus respuestas. O está dando las que le permite la situación. Lo de “aquí falta salir” parece la tendencia.
            Podemos hacer todos los paralelismos o contra-paralelismos que queramos. Pero en lo que creo que habrá cierto consenso en que estos son tiempos nuevos. Por primera vez en mucho tiempo el futuro ha dejado de ser algo seguro y confortable. Y puede ser el territorio de “cosas feas”. Cuales, es lo de menos.

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