1.3.09

Vals con Bashir

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Al escuchar la pesadilla recurrente de un amigo que participó en la Guerra de El Líbano, el director, Ari Folman, descubre que sus propios recuerdos de aquel conflicto se han borrado de su memoria.

Boaz cita a su amigo Ari en un bar de Tel-Aviv en medio de la noche para contarle un sueño recurrente que le atormenta desde hace veinte años: 26 perros furiosos vienen a matarle. “¿Cómo sabes que son 26 y no 30?” le pregunta Ari. “Tiene que ver con El Líbano. Al principio de la guerra fuimos a las aldeas en busca de fugitivos palestinos”, le responde Boaz, “Cuando alguien entra en una aldea los perros huelen y ladran en señal de alerta. Todo el mundo se despierta y los fugitivos escapan. Alguien tenía que liquidarlos”. “Pero; ¿por qué tú?”. “Ellos sabían que no podía dispararle a una persona. Me dijeron: Boaz, vete adelante y mata a los perros. 26 perros. Recuerdo a cada uno de ellos”. Ari no entiende muy bien por qué le ha llamado; “si solo soy un director”. “¿No tienes recuerdos de El Líbano” – responde Boaz. Y Ari se detiene y de pronto cae en la cuenta: “no, no realmente”. Los dos tomaron parte en la Guerra de El Líbano de 1982, pero Ari no recuerda nada. Estuvo a tan sólo 100 metros de los campos de Sabra y Chatila en el momento de la masacre, pero todos sus recuerdos se han borrado. Ese es al mismo tiempo el inicio de “Vals con Bashir” (2008) y la razón por la que el director Ari Folman (1963) se propuso llevar a cabo la película: encontrar sus propios recuerdos de la guerra de El Líbano y dar con la razón por la que su mente los ha eliminado.



Vals con Bashir

El primer recuerdo que aflora del pasado es la imagen de unos soldados desnudos en la playa. Un falso recuerdo.

“El encuentro con Boaz tuvo lugar en 2006. Y por primera tuve recuerdos de la Guerra de El Líbano. No sólo Líbano, Oeste de Beirut. No sólo Beirut, sino la masacre en los campos de refugiados de Sabra y Shatila”. Pero su único recuerdo es aún más extraño que el sueño de los 26 perros. Se ve a si mismo, desnudo, en medio de la noche, en una playa de El Líbano, en compañía de otros. Al único que reconoce ahora vive en Holanda. Así que decide ir a visitarlo, para descubrir, muy sorprendido, que es un falso recuerdo, que nunca estuvo desnudo en una playa, que su mente ha fabricado ese falso recuerdo para sustituir a otro, verdadero. Así que uno tras otro, Ari entrevista a otros que tuvieron relación con esa guerra; soldados, periodistas, psicólogos…

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Al recopilar los testimonios de sus compañeros y de otros que participaron en el conflicto, los recuerdos, poco a poco, van aflorando.

“Vals con Bashir” podría haber sido un documental construido a partir de entrevistas y recreaciones. Pero no aportaría realmente nada, o no diría nada que no se haya dicho ya sobre esa guerra. También podría haber sido, en teoría, una película de imagen real. Pero en la práctica, las condiciones de la cinematografía israelí, totalmente dependiente de al menos un co-productor europeo para llevar a cabo un proyecto de cierta envergadura, lo hubieran hecho un proyecto inviable. El hecho de haber utilizado la animación como recurso narrativo no sólo es una forma de hacer de la necesidad virtud (o sea, de poder hacer la película con un presupuesto viable) sino que explota la animación como una herramienta capaz de mostrar procesos que son invisibles a los ojos. En este caso, el estado psicológico al que se vieron sometidos una generación de israelíes que por primera vez tuvieron la sensación de que estaban en una guerra que no tenía nada que ver con ellos. El sin-sentido de cualquier guerra en general aplicado al caso de El Líbano en particular. La técnica de la animación es lo que se llama un “aplastado”; animación en 3 dimensiones pero con colores de animación tradicional, lo que sigue siendo parte de ese doble juego de hacer la película viable (es un proceso mucho más económico) y, al mismo tiempo, provoca un efecto artístico extraño, que refuerza aún más la sensación de pesadilla y delirio. En definitiva, Ari Folman ha utilizado todo lo que tenía a su alcance para contar una historia, la suya, y el resultado destila honestidad.

Vals con Bashir

Una película crítica, pero no complaciente ni impregnada de anti-israelismo políticamente correcto.

“Vals con Bashir” es sobre todo eso, una película honesta, en el sentido en que el director pone todos los recursos a su alcance para contar una historia, que es la suya. Ni más, ni menos. El resultado no deja indiferente y supone una excepción a una norma en el cine israelí de los últimos años, donde precisamente las dificultades de producción de una pequeña cinematografía y la necesidad de encontrar socios co-productores en el exterior, han terminado por imponer una línea de contenidos muy concreta. Aquellas películas que, con independencia de su calidad, apuestan por una línea “crítica” con el Estado de Israel tienen menos dificultades para salir adelante que aquellas que, simplemente, pretenden contar una historia. Que esa línea dejos de ser crítica resulte simple y llanamente complaciente, es otro asunto. Lo podríamos llamar el efecto “cabaña del Tío Moshé”, en recuerdo de la novela “La Cabaña del Tío Tom” de Harriet Beecher Stowe (1852) dónde se proponía un modelo de “el buen negro”. El “buen judío”, y, sobre todo, el “buen israelí” es aquel que ante todo se presenta a sí mismo como un “crítico” con el Estado de Israel en los mismos términos en que se espera que alguien sea crítico en Europa. El gran modelo de esta actitud en el cine israelí es, sin duda, Amos Gitai (1950) que en general no encuentra dificultades para encontrar socios para sus películas porque lo político – en el sentido de lo anti-israelí – es su mejor carta de presentación. Eran Riklis (1954) sigue la misma línea, y la mejor prueba de ello es que su última película, “Los Limoneros” (2008), una cinta tópica hasta la nausea, mal dirigida y peor actuada, se alzó en el Festival de Cine de San Sebastián nada menos que con el premio a la mejor película europea. No como película israelí, sino como película alemana.

El Limonar

El caso contrario: "Los Limoneros" de Eran Riklis. Aunque está retirada de las pantallas, se puede disfrutar de su inverosímil argumento y sus sobre-actuaciones en los ciclos de cine de Casa Sefarad.

De alguna manera se podría decir que “Vals con Bashir” es una suerte de “Apocalypse Now” (1979) israelí. Una mirada incalificable, desmesurada y muy personal que logra conmover con la fuerza de los testimonios en primera persona. La película ha sido nominada a los Óscar como Mejor Película de Habla no Inglesa. Y aunque no ha logrado llevarse la estatuilla, sus 23 nominaciones y los 19 premios que ya ha logrado (Cannes, César, Globo de Oro…) resultan muy gratificantes para los que aún creen que, como dice el Talmud, la intención del artista impregna su obra. Y que la independencia es, a la larga y a la corta, el único camino para llevar a cabo obras que merezcan la pena.

Que la disfruten.

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La película, como testigo del viaje interior del director, llega finalmente hasta el origen de todos sus conflictos: las matanzas de los campos de Sabra y Chatila.

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