24.5.09

Maimónides en Gaza.

A 6 meses de la Operación Cast Lead, Israel y los judíos viven su peor momento mediático y el resurgimiento de los antiguos prejuicios.

Es un lugar común decir que la historia la escriben los vencedores, y Gaza no ha sido una excepción. A la operación militar Cast Lead le ha seguido una respuesta que se podría llamar Broad-Cast Lead, una tormenta mediática donde Israel ha sufrido, y está sufriendo, una derrota sin precedentes desde la creación del Estado en su actual configuración, en 1948. Cuando están a punto de cumplirse seis meses del inicio de las operaciones militares, la idea expresada en la falsa proposición de que “los judíos hacen a los palestinos lo mismo que los nazis les hicieron a ellos” ha dejado de ser un prejuicio para transformarse ante la mayoría lo que en lógica se llama un axioma, una verdad evidente que no requiere demostración. A 9 siglos y 3.500 kilómetros de distancia de Gaza, en Córdoba, Maimónides denominaba a este tipo de afirmaciones “percepciones”, como nuestro conocimiento de que esto es negro, aquello dulce y lo de más allá caliente. El tipo de cosas que “son así, y punto”. Luego están las convenciones, aquellas verdades en las que lo que prima son los usos y costumbres de la mayoría, como que no se debe ir desnudo por la calle o que pagar una deuda es mejor que no hacerlo. A este nivel, afirmar que “los judíos hacen a los palestinos lo mismo que los nazis les hicieron a ellos” deriva rápidamente en la idea de que por algo los nazis hicieron lo que hicieron y que, de alguna manera, los judíos se lo merecían o suponían un peligro y una amenaza que había que combatir. Que tal vez se excedieron en la forma, pero que respondía a una amenaza real en el fondo. Que “por algo sería” como dice Antonio Gala (1936) en uno de esos articulitos rancios en los que aflora la decrepitud de un autor que hace mucho que no tiene nada que decir y que a la falta de argumentos con los que llenar su columnita, tira del viejo refranero para afirmar lo mismo que su abuelita: que los judíos “son malos”. Porque eso es algo que “dice todo el mundo”, de forma tradicional, la siguiente categoría de la que hablaba Maimónides. Se entiende por tradición aquello que es dicho por una persona o un grupo reconocido como autoridad tradicional por la mayoría.



Una vez que tenemos encima de la mesa todas estas “verdades que no requieren demostración” (que los judíos son malos, que los judíos son peligrosos, que los judíos son en el fondo nazis), llega la hora de expresarlas, de articularlas por medio de la palabras en uno o varios discursos. Y Maimónides utilizaba la misma terminología que los clásicos greco-latinos a la hora de clasificar los distintos lenguajes, discursos, en los que se combinan estas afirmaciones. Así que hablaba de demostración, dialéctica, retórica, sofística y poética (entendido este término como teatro). Y en España los tenemos todos, añadidos a un hecho bastante desconcertante: es el país más anti-judío de Europa y es, precisamente, en el que menos judíos viven. No es una situación nueva.

Antonio Gala (1936). Decrepitud, convención y tradición.

En 1933, poco después del Crack financiero del 29, en la España Republicana había todavía menos judíos que hoy y, sin embargo, la propaganda electoral de la Alianza Nacional estaba plagada de menciones al “Judaísmo Internacional” como un peligro cierto. Como hoy no deja de ser sorprendente que en España el 68% de los entrevistados crean a los judíos responsables de la actual crisis financiera. Que el 60% crea que los judíos son más leales al Estado de Israel que a su país de residencia, o que el 46% esté convencido de que los judíos se “quejan demasiado” de la Shoa, del Holocausto. ¿De dónde vienen todas estas ideas si no hay judíos en España hoy como no los había en 1933? ¿Cual es la experiencia de primera mano que lleva a semejante conclusión? ¿De dónde procede este anti-judaísmo que emerge de forma natural y encuentra en cada acontecimiento la “evidencia” de algo anterior, inmaterial y oscuro que coloca a los judíos en una situación de excepcionalidad? En realidad; ¿cual es el conflicto y quienes son sus protagonistas? ¿Los árabes? ¿Los palestinos? ¿Los israelíes? ¿La Justicia? ¿La Religión?

Empecemos por las demostraciones, aquello que se dice a partir de las percepciones. Gaza no es la causa, sino la “demostración” de la supuesta naturaleza malvada de los judíos y lo espurio del Estado de Israel, o sea, es la “confirmación” de algo previo, no la expresión de una indignación momentánea y puntual contra un hecho concreto. Con las convenciones se articulan y construye la dialéctica. Al utilizar Gaza como demostración de una verdad anterior, que los judíos son malos, Cast Lead se transforma en un episodio más en una larga lista, en la causa de un mismo problema. Lo que conduce a la afirmación de que si no hubiera habido una operación Cast Lead nadie estaría diciendo la cosas que se dicen y que los judíos tendrían mejor prensa. O más aún, que la creación del Estado de Israel ha sido la causa real que ha convertido Oriente Medio en un foco de conflictos; que la mera existencia del Estado de Israel es una amenaza para la paz. Ambas afirmaciones son falsas por definición: le otorgan a una posibilidad el mismo valor que a un hecho. Considerar que lo que ha sucedido es igual que lo que podría no haber sucedido. Y lo que resulta sorprendente es que a todos los episodios relacionados con Israel se les atribuya la misma causa; los judíos y su carácter. Las razones, acertadas o equivocadas, por las que el Estado de Israel se decidió a llevar la operación militar resultan irrelevantes o más bien falsas. Israel es siempre el problema. Pero de alguna manera todo esto es cierto; hay un “algo” anterior a todo esto que sucedió en Gaza, un algo que recuerda a los judíos que son vistos como un problema.

En la retórica son las verdades de la tradición las que entran en juego. Basta con abrir un periódico. La prensa, de forma involuntaria, pone en evidencia la naturaleza inmaterial, supra-racional y casi mecánica del anti-judaísmo trasladado a anti-israelismo. Los términos “antisemitismo” y “Ley del Talión” son un buen ejemplo. Como respuesta a una muy desafortunada carta del Embajador de Israel en España al periódico El País, su director, Javier Moreno, respondía por medio de su corresponsal en la zona que “lo que desató la ira no es que Israel se defendiera, sino la desproporción de su respuesta”. ¿Qué es la Ley del Talión sino la respuesta proporcionada ante una agresión, cuando se produce un daño? Que El País, como otros medios, se sientan indignados por la no utilización de su propia comprensión de la Ley del Talión – que no tiene nada que ver con lo que ese mismo término significa dentro del Judaísmo - sólo revela hasta que punto la excepcionalidad de todo lo judío hace que afloren otros componentes, cuasi-mágicos, en la descripción de la realidad. Y cuanto más se intenta hacer ver que lo que “allí” sucede puede entenderse en las mismas coordenadas que otros conflictos, más se revela a través del lenguaje lo excepcional y lo diferencial. Que la expresión “Ley del Talión” sirva para ilustrar una cualidad “racial” o “espiritual” netamente judía, entreverada por el sentimiento de venganza, mientras que por otro lado se exija la aplicación de sus principios – la proporcionalidad: ¿a quién define? ¿A los judíos? ¿A Israel? ¿O a la convencional, tradicional y muy contradictoria visión de lo judío? Y en cuanto a la pregunta que se hacía El País, si era “antisemita criticar al Estado de Israel”, la respuesta está en su mano: ustedes dirán. El término “antisemita” es reciente – siglo XIX – y se define como una ideología cuyo objetivo es la erradicación de los judíos y de todo lo judío. Es de suponer que la frontera entre el complejo “antijudaico” y el antisemitismo está en la razón y en la intención, no en la formulación. Así que la respuesta, está en su mano. No en la de El País, sino en realidad en la de cualquier medio.


Porque se podría acusar a los medios de comunicación, como a menudo se hace, de estar llevando a cabo una maniobra orquestada con el fin de desacreditar a los judíos en general y a Israel en particular “a propósito”. Esa es la acepción de “sofisma”, el discurso que se lleva a cabo para desacreditar o insultar a alguien de forma consciente (que es lo que marca la diferencia de la crítica y el antisemitismo). Pero pensar que existe una campaña de esta magnitud no es más que una forma de dogmatismo a la inversa. Si se asume que eso es posible, se tiene que asumir que la imaginaria existencia de un “lobby judío internacional” que controla el mundo desde las sombras es igualmente plausible. Es responder a la paranoia, con más paranoia. A la simplificación, con una simplificación mayor. Por supuesto que existen organizaciones concretas, hombres con nombres y apellidos donde se dan la mano lo miserable, lo vil y lo malvado y que tienen un objetivo concreto: la destrucción del Estado de Israel y la eliminación física de los judíos. El tipo de organizaciones e individuos que son exactamente el objetivo de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado de Israel y que tienen un perfil similar al de otros individuos y organizaciones que son igualmente objetivos claros de las fuerzas de seguridad de cualquier nación: criminales. Pero criminalizar a los periodistas es faltar a la verdad. El corresponsal o el redactor español son hijos de una sociedad en la que existen unas convenciones y una serie de tradiciones en la que lo judío tiene muy poco que ver con lo real, es más bien, un símbolo. Y la validez de un símbolo – por ejemplo, que la Tierra es el centro del Universo – no depende de su veracidad científica, basta con que remita a una experiencia común. ¿Cómo se ha llegado en España a construir la imagen convencional, perpetuada por la tradición, de lo nefasto de todo lo judío? ¿Por contacto con judíos de carne y hueso, por conflictos con el Judaísmo? ¿Cuál es el origen de todas estas convenciones y tradiciones? ¿De la Iglesia Católica?

Si la jerarquía católica tuviera el poder de controlar la opinión de los españoles hasta el punto de llevarles a un acuerdo total sobre un punto, es poco probable que utilizaran esa fuerza contra los judíos españoles, que en el fondo les importan un bledo, y que se concentraran en objetivos más acordes a su propia agenda. Como la eliminación de las leyes de divorcio, de aborto, uniones civiles de personas del mismo sexo y, posiblemente, la re-introducción de la asignatura de religión en los planes de estudio. Más bien al contrario, son los “musulmanes” la categoría ideal que se eleva como una “amenaza” contra el Cristianismo. “Musulmanes” o “árabes” que en esta visión del mundo no son muy diferentes a los judíos o los serbocroatas: son el Otro, la amenaza de lo distinto. Un símbolo. Si no es la Iglesia, ¿es la izquierda? Se puede decir lo mismo. Por supuesto que el anti-israelismo es parte de esa difusa, tradicional y muy convencional visión del mundo en la que los “malos” se oponen a los “buenos” y ningunos peores que los norteamericanos y los judíos (que los controlan, claro). Puede ser una visión convencional y decrépita, pero articula los sentimientos de muchas personas de acuerdo a aquel principio de que los símbolos permiten dar soluciones simples a problemas complejos. Como articula igualmente a algunos de los “nuevos defensores” de Israel desde la derecha, que operan a partir de los mismos falsos principios: puesto que Israel “mata moros”, Israel no es “malo”, sino “bueno”. Puesto que Israel molesta a la izquierda, debe ser algo bueno. ¿Tiene eso algo que ver en realidad con Israel, con los Judíos, con Gaza u Oriente Medio, o más bien con la dinámica interna en la que ha entrado España? Una dinámica muy peligrosa, no para el pueblo judío, ni para Israel, sino para la sociedad española misma donde la asunción de falsos axiomas tiene como resultado el fin del diálogo. Lo que queda expresado en un muy desagradable incidente que tuvo lugar hace unas semanas. Uno de los personajes de la película, Eva Benatar, asistió a un homenaje a los presos republicanos españoles en los campos de concentración alemanes. El padre biológico de Eva murió en deportación, y una de sus preocupaciones a lo largo de las últimas décadas, junto a muchos otros, ha sido la de dar a conocer la realidad del Holocausto. Que no se trata de un mito ni un juego de números, sino un hecho histórico de consecuencias crueles y nefastas. En colaboración con el Centro de Amistad Judeo-Cristiana desde hace años se recuerda con un acto la Shoa, y casi todos los años estos actos se han celebrado junto a una serie de conferencias (con expertos como Alex Baer, Reyes Mates o Jacobo Israel entre otros). Como se han llevado igualmente a cabo actos en el Ateneo, en el Circulo de Bellas Artes y, desde la creación de Casa Sefarad-Israel, se han ampliado los medios dedicados a estas actividades en estrecha colaboración con el Múseo Yad Vashem de Jerusalén. Tras la Declaración de Estocolmo, en el año 2.000, Eva, junto a mucha otra gente (que incluía personas de la desaparecida Hebraica y del Ministerio del Interior) lograron que se estableciera un Acto de Estado antes de que la UE designará oficialmente un día como Memoria del Holocausto y para la prevención de los crímenes contra la humanidad. Estos actos se han llevado a cabo en el Congreso, el Senado además de en el Paraninfo de la Universidad Complutense. Pero en esta ocasión, no se planificó su intervención en la Complutense y asistió en calidad de espectadora. Al final del acto, el Rector de la Universidad, Carlos Berzosa, dijo aquello que ya es un lugar común, por convención y tradición, que los campos de concentración son un recordatorio de una barbarie, “como la de Gaza”. Cuando al final del acto Eva se dirigió a él para hacerle notar que la observación no parecía muy acertada por parte de la mayor autoridad de la mayor universidad española, toda la respuesta de Berzosa fue: “Esto es lo que hay, señora”. Y luego le dio la espalda. ¿Quién estaba castigando a un individuo por su pertenencia a un colectivo? ¿Quién estaba negando toda posibilidad de diálogo, no en Oriente Medio, sino en el centro de Madrid, a una persona en nombre de un prejuicio? Es la lógica del progrom; el castigo a un judío es un castigo a todos los judíos y cualquiera está autorizado a ejercerla. Es más, tiene el deber moral de hacerlo como un imperativo categórico.


El desafortunado Carlos Berzosa, Rector de la Universidad Complutense de Madrid.


En la última categoría de discursos posibles, Maimónides hablaba de poética, un término que para él tenía la misma acepción que para Aristóteles: el teatro. Las artes de la imitación. El 7 de enero de 2009, cuando la operación militar estaba aún en marcha, se llevó a cabo en el Reino Unido la representación de una mini-obra de diez minutos, “Siete niños judíos” en la que Caryl Churchill (1938) hace una muy convencional breve historia del Estado de Israel que es mala por las razones de las que hablaba Sartre, porque resulta una alabanza al anti-judaísmo. En la obra (que puede descargarse on-line y se invita a representar en todas partes) se cuenta lo mismo: que de ser victimas, los judíos se han convertido en verdugos, sobre todo, de niños. En España, donde el teatro está atenazado por la esclerosis de la dependencia absoluta de las subvenciones públicas, es de esperar que este tipo de obras aparezcan a partir de ahora, cuando el Ministerio de Cultura decida y haga pública la cuantía de las subvenciones. Pero más o menos al mismo tiempo que Caryl Churchill representaba su obrita, en España se llevó a cabo una iniciativa espontánea bajo las mismas coordenadas: colectividad y niños muertos como protagonistas. Se tituló “Poesía contra la Barbarie” y se invitaba a llevar a cabo un recital simultáneo el 31 de enero de 2009 “en todas partes” para denunciar la barbarie de Israel y exigir “Israel fuera de Palestina YA”. Tal vez hayan publicado un libro con el resultado de tamaña hazaña y en el diálogo con uno de las personas que apoyaban la iniciativa, el poeta Chema Rubio, no tuvo más remedio que volver a utilizar las palabras de Sartre, cuando dice que la literatura está enajenada en el momento en que pierde la autonomía y se somete a los poderes temporales, a una ideología y “en pocas palabras, cuando se considera un medio y no un fin incondicionado”. Su respuesta fue “Israel es sólo una palabra”, lo que en realidad encierra una verdad muy profunda y, de nuevo, muy convencional: que Israel es, sobre todo, una palabra excepcional. No me atrevo a decir por qué lo es para los demás; sólo invitarles a que mediten sobre ello. A que den su propia respuesta a por qué el término Israel desafía de forma involuntaria sus percepciones, sus convenciones y sus tradiciones. Por qué sus modelos intelectuales – como Gala, Churchill o Saramago – tienen más de 70 años y sus ideas sobre los judíos, hunden sus raíces en el mito, fuera del tiempo y los hechos concretos, hasta el punto de invertir los términos de toda lógica para acomodar la realidad a sus prejuicios.


Palestinos en España: pongamos que hablamos de Madrid.

Y al mismo tiempo, invito a los palestinos españoles, o residentes, a que reflexionen sobre su propia realidad. A preguntarles si apedrear una embajada, aquí, no allí; amenazar de muerte a los judíos aquí, no allí, o quemar banderas aquí, no allí, son las respuestas que los definen. En otras palabras, si están dispuestos a desafiar sus propias percepciones, convenciones y tradiciones y, al hacerlo, desafiar las de los demás. Empezando por los judíos en general, y los israelíes en particular.

1 comentario:

Ignacio Reiva dijo...

Excelente artículo, de todas maneras yo tengo una frase "Cuando uno intenta decir lo que el otro debería saber, no se encuentran palabras". Un gran abrazo.