Eva Laitman Bohrer Benatar.
(Budapest, Hungría, 1944)
Nació en medio de un bombardeo aliado sobre Budapest. Sufrió desnutrición por causa de la guerra y sus recuerdos de Tánger no tienen el color que tuvieron para su madre. Rememora aquel tiempo antes de llegar a España como un momento extraño, que resume con una frase: “me recuerdo siempre subida en un árbol”.
Fue la primera de la familia en adquirir la nacionalidad española. Los Bohrer erán apátridas. En sus documentos españoles, había un sello negro que decía: “el portador de este documento no es protegido de España”. Mientras Eva estudiaba en Suiza, en una de esas coincidencias que tanto acompañaron la vida de su madre, un compañero de estudios se sorprendió de que no fuera española. Vivía en Madrid, hablaba español. “¿Cómo tú no vas a ser española con esa sonrisa tan española que tienes?”. Después del piropo le preguntó, en tono enigmático, si estaría en Madrid durante las vacaciones, y le pidió su número de teléfono. Y, en efecto, la llamó en Madrid para decirle dónde tenía que ir para rellenar “unos papeles”. Al inicio del nuevo curso, Eva ya era ciudadana española. Tras ella, vinieron el resto de los Bohrer. Pero el hecho de haber sido durante tanto tiempo apátrida “despertaron en mi la necesidad de encontrar mis raíces”.
Se casó en Francia, con un sefardí, y formó con él una familia, los Benatar, en la que se funden lo sefardí, y lo askenazí, lo francés y lo húngaro; lo marroquí y lo español. Trabajaron y vivieron en Francia y luego pasaron 12 años en Venezuela, y, cuenta Eva, que en todas partes deseó asentarse. En Francia no estaban en relación con ningún tipo de Comunidad judía. En Venezuela, sí llevaron a cabo una vida más judía, y Eva recuerda con cariño a sus amigos de entonces, y los buenos momentos. Pero “el país se iba degradando continuamente. Yo sentí que eso no era mi país y que tenia que volver, por lo menos, a Europa.”
Volvieron a Madrid. Y con sus hijos ya casados, con los primeros nietos y al final de su carrera profesional, Eva empezó a involucrarse en organizaciones femeninas judías primero, y luego, en la actual directiva de la Comunidad Judía de Madrid, en la que es Vice-Presidenta. “Yo había recibido mucho del Judaísmo y de mis raíces judías, que eran abstractas. Tuve la necesidad de acercarme a mi Comunidad porque así lo sentí, como algo congénito. Algo que me pertenecía. Y en esa comunidad estaban esas raíces, en esa comunidad y en mi. Pero no realmente en ningún país material”.
Casi sin querer Eva repite una frase de Melville; “no estaban en ningún mapa, los verdaderos lugares, nunca lo están”.
(Budapest, Hungría, 1944)
Nació en medio de un bombardeo aliado sobre Budapest. Sufrió desnutrición por causa de la guerra y sus recuerdos de Tánger no tienen el color que tuvieron para su madre. Rememora aquel tiempo antes de llegar a España como un momento extraño, que resume con una frase: “me recuerdo siempre subida en un árbol”.
Fue la primera de la familia en adquirir la nacionalidad española. Los Bohrer erán apátridas. En sus documentos españoles, había un sello negro que decía: “el portador de este documento no es protegido de España”. Mientras Eva estudiaba en Suiza, en una de esas coincidencias que tanto acompañaron la vida de su madre, un compañero de estudios se sorprendió de que no fuera española. Vivía en Madrid, hablaba español. “¿Cómo tú no vas a ser española con esa sonrisa tan española que tienes?”. Después del piropo le preguntó, en tono enigmático, si estaría en Madrid durante las vacaciones, y le pidió su número de teléfono. Y, en efecto, la llamó en Madrid para decirle dónde tenía que ir para rellenar “unos papeles”. Al inicio del nuevo curso, Eva ya era ciudadana española. Tras ella, vinieron el resto de los Bohrer. Pero el hecho de haber sido durante tanto tiempo apátrida “despertaron en mi la necesidad de encontrar mis raíces”.
Se casó en Francia, con un sefardí, y formó con él una familia, los Benatar, en la que se funden lo sefardí, y lo askenazí, lo francés y lo húngaro; lo marroquí y lo español. Trabajaron y vivieron en Francia y luego pasaron 12 años en Venezuela, y, cuenta Eva, que en todas partes deseó asentarse. En Francia no estaban en relación con ningún tipo de Comunidad judía. En Venezuela, sí llevaron a cabo una vida más judía, y Eva recuerda con cariño a sus amigos de entonces, y los buenos momentos. Pero “el país se iba degradando continuamente. Yo sentí que eso no era mi país y que tenia que volver, por lo menos, a Europa.”
Volvieron a Madrid. Y con sus hijos ya casados, con los primeros nietos y al final de su carrera profesional, Eva empezó a involucrarse en organizaciones femeninas judías primero, y luego, en la actual directiva de la Comunidad Judía de Madrid, en la que es Vice-Presidenta. “Yo había recibido mucho del Judaísmo y de mis raíces judías, que eran abstractas. Tuve la necesidad de acercarme a mi Comunidad porque así lo sentí, como algo congénito. Algo que me pertenecía. Y en esa comunidad estaban esas raíces, en esa comunidad y en mi. Pero no realmente en ningún país material”.
Casi sin querer Eva repite una frase de Melville; “no estaban en ningún mapa, los verdaderos lugares, nunca lo están”.
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